El principio dinámico: un día en lo tuyo
El principio dinámico: un día en lo tuyo
Mucho antes del alba ya hay actividad: los misteriosos sonidos de la noche – en caso de duda, son ranas – les siguen el canto de los pájaros. Con los primeros rayos de sol estalla el zumbido de los insectos, los cuales nos acompañaran todo el día, y eso, que no solo acústicamente.
El trabajo comienza a las 7.00 de la mañana. Los que han pernoctado en nuestros palafitos, salen de las hamacas, los demás vienen a pie, montando bicicleta o a caballo. Eda empuja una carretilla chupando un helado morado del kiosco de la calle principal. Esto es posible con la ayuda de José, un campesino, que agarra el otro mango de la carretilla y también lleva su respectivo helado en la otra mano. Eda y José interactúan juntos muy a menudo, en el cultivo de las plantas útiles y el mantenimiento del jardín.
En la construcción trabajan los voluntarios alemanes Flo y Jan, apoyados por William, un panameño de un pueblo vecino. Como muchos de los jóvenes en las zonas rurales, William no tiene educación profesional, pero es hábil y aprende rápido; y eso hace falta, ya que los voluntarios calificados - como Jan, quién es carpintero y hojalatero de profesión – solo llegan por periodos de tres meses. Este tiempo puede parecer largo, sin embargo en los trópicos es diferente, sobre todo por la espera de los materiales de construcción, que trastoca hasta el mejor cronograma de trabajo. Mañana, garantizado – nos prometen desde hace dos semanas. Sin embargo, no cualquier vendedor ha contado con la astucia de Hanna, que insiste a través de su celular, conservando una tranquilidad inconmovible... por lo menos al parecer. Finalmente después de varias llamadas aparece el camión del chino de David, la capital de la provincia cerca de la frontera a Costa Rica, cargado de tubos, sacos de cemento, techo zinc y cerámicas. Todo este material es para la construcción de las obras pendientes, como el segundo palafito, el futuro centro educativo, el galpón para la fabricación de conservas, la oficina y el área social.
Los conocimientos de Jan son requeridos en todas partes, aunque ahora – por falta de “luz” – está donde el herrero para arreglar la motosierra. Mientras tanto José ahuyenta las gallinas del vecino que entraron al huerto, y Silke no puede creer lo que han hecho las arrieras con los frijoles que habían germinado.
Los insectos llegan a la cumbre de su actividad hacia el medio día, y el humano ya está cansado por el calor y la humedad. A las doce, almorzamos juntos bajo la sombra del palafito. Se habla y se cuenta en Español, Alemán e Inglés, y hasta en idioma de señas. Mariposas revolotean alrededor de las múltiples flores, un azulejo se ha asomado hasta un racimo de plátanos maduros para picotear este dulce manjar.
Por la tarde nos ocupamos con trabajos de menor actividad física. Se secan los granos de la última cosecha, o se llenan los tanques de agua (si es que llega), se contestan los correos electrónicos (si es que hay cobertura), se repasa lo logrado y se planea lo pendiente. Los niños del vecindario traen mangos, mientras José sostiene una iguana verde entre sus manos, que todos admiramos, para después liberarla. Repentinamente y por sorpresa nos visita Aníbal de la cercana comarca indígena Ngöbe-Buglé. Quiere conversar con nosotros sobre las posibilidades de producir y comercializar frutas del cultivo orgánico.
Usualmente salimos del trabajo a las tres de la tarde, oficialmente la jornada es de siete horas nada mas (aaahhh!), pero también se trabaja los sábados (ooohhh!). Así nos queda tiempo para ir a la preciosa playa de Las Lajas, a correr olas, buscar ricas almejas para la cena, o relajarnos tomando agua de coco a la sombra de una palmera.
El ruido de los insectos disminuye hacia el atardecer, y ahora dominan las aves, hasta que el sol se hunde en el mar – todo listo para la reaparición de los misteriosos sonidos de la noche.